Antes de nada, esta entrada solo van a poder entenderla aquellos que lleven en mi colegio tanto, más, o un tiempo similar al que llevo yo.
Como espejos convexos:
Hace poco que tengo una sensación, más o menos desde que empecé este último curso. Hace poco que me esfuerzo realmente por ser más consciente de todo: el olor a tiza, que se cuela en mi nariz como en las huellas dactilares de los maestros, y se queda ahí, flotando en mis pulmones, el olor a adolescente, a lápiz, a tinta, a risas de las dos y media, y el olor a comedor, que baila con mi percepción al ritmo que marca Yolanda, que lleva en este sitio tanto o más que yo, y que no ha faltado ningún día a su guardia delante de la papelera. Se que relativamente pronto llegará, oficialmente, el último día de clase, y no estoy contento, porque esta vez, y sólo esta, será el último para siempre.
¿Cómo se deja atrás en un solo día el lugar que ha sido tu segundo hogar durante toda una vida? Desde el preciso instante en el que me senté a jugar solo y desorientado en la moqueta de infantil, ese instante en el que otro niño se acercó a jugar conmigo, y lazos etéreos ataron nuestros afectos para siempre; ese día supe que tenía una nueva casa, y que él, Dani, siempre estaría en ella.
Todos éramos pájaros sin alas por aquél entonces. Fue Monse, hace ya 12 años, quien vio como nos crecían las primeras plumas. Con ella recorrimos las letras con los dedos, y el color y la imaginación cobraron un nuevo sentido, muy especial y diferente.
Al año siguiente, Mari Carmen, fue la locomotora de nuestro tren durante 2 años, con ella comenzamos a planear. Sólo ahora y sólo nosotros sabemos cuanto esfuerzo debió suponerle lidiar con unos pájaros tan inquietos. Las puertas del conocimiento se abrían, nos invadía con recelo la suficiencia que otorga el saber.
En ese preciso instante, María, Reme, y Quique relevaron a Isabel, y fueron los encargados de enseñarnos que volar no lo es todo en la vida de las aves. María sacó de nosotros hebra a hebra la fantasía que todos llevamos dentro, nos enseñó a hacerla real. Reme empujó un poquito más allá de la línea que marcaba el límite de nuestro conocimiento. Quique, siempre con una sonrisa, nos enseñó que los números, en realidad, son mucho más sencillos que la vida misma.
Recuerdo las carreras con Ginés y con Ana, la energía insoportable, las peonzas y los zancos, las piruletas, el barro de los días de lluvia, el carnaval, los festivales y todo aquello que pasó a un segundo plano cuando cambiamos nuestro patio colorido por otro de cemento y sol.
Al principio intentamos perpetuar las carreras y las risas, quisimos seguir siendo tan libres e irracionales como éramos antes, pero pronto nos dimos cuenta de que era otro tipo de comportamiento el que se esperaba de nosotros, comprendimos por qué este nuevo patio no tenía color. Algo había cambiado y cambiaba día a día, indefinidamente, y a una velocidad de vértigo.
Lidia, Carmen "la de física y química" eternamente unida a su epíteto, Emma, Juan Carlos, Paco, Carmen "la de eduación física", Pedro, Lola, Cesar, Jesús, Elena Chamorro y Raquel, siempre atenta, nos acompañaron en este tramo del camino, proyectándonos una imagen alargada y mejorada de nosotros mismos, como espejos convexos. Las chicas crecieron más que los chicos, pero nosotros en pocos años recuperamos nuestro terreno, al menos en el plano físico. Cada vez nos invadía una seguridad mayor, un conocimiento tan amplio que a la mayoría de nosotros nos invadió la prepotencia y la soberbia adolescentes. Fue en 3º de la E.S.O cuando los libros más gruesos que habíamos visto nunca nos pusieron los pies en el suelo, y dejamos de volar, porque una nueva consciencia se coló en nuestras pestañas.
Muchos de nuestros "profes" se quedaron en las mismas aulas y nosotros seguimos con el viento de Otoño que arrastra las hojas hacia nuevos y diferentes horizontes. Carmen, Pedro y Lola se quedaron, y también Consoli, Gloria, Suzanne y Carmen, Rafa, y Manolo, y todo el respeto que nos infundía a todos, pero que seguro puedo decir que jamás olvidaremos.
No recuerdo en que momento dejé de oler el barro, la risa, el lapiz, el frio de las nueve en punto y el comedor de las dos y media, pero se que fue en el mismo instante en el que supe que este hogar no duraría para siempre. Las paredes, y los profesores que nos estiraron y moldearon, los ladrillos, las mesas y sillas verdes y las puertas rojas, y el cemento gris... todo seguiría ahí pero nosotros ya no seríamos parte de ello.
Para cuando dimos el último salto y bajamos a las aulas de los mayores, el peso de los libros casi nos anclaba al centro del mismo planeta. Manolo siguió con nosotros, y diré en confianza, que se transformó en cordero a nuestros ojos, Carmen, siempre paciente, nunca nos soltó la mano, igual que Gloria, Chamorro, Suzanne y Carmen, Josu, siempre con una sonrisa para todos, y Antonio. A día de hoy Miguel Ángel, y su voz, que bien merece una mención aparte, Fernando, y sus chistes preparados, y Chema... Chema, que ha dejado por los suelos mi idea de que los números son sencillos.
Tantos han sido los espejos convexos que me han acompañado durante toda esta vida, reflejando mi imagen, retocándola. Siempre preocupados, siempre atentos, esculpiendo día a día la huella que todos, inevitablemente, dejarán en mi mismo, en lo que hoy puedo decir que soy y he sido. Aquí, entre el cristal y los ladrillos quedará prendida una parte de mi, de ellos, y de todos nosotros.
Ahora me balanceo entre el pasado y la nada, lo incierto, y aunque nunca camino ni caminaré solo, el paso definitivo se me hace realmente difícil.
El viento de Otoño, indefectiblemente, arrastra las hojas que, por más que lo intenten, no pueden quedarse amarradas al suelo. Han de seguir el camino, sea cual sea, que el viento les otorga.
Es por todo esto que hace poco me esfuerzo en grabar en mi memoria cada color, olor y sonido, cada rostro de cada hoja que continuará aquí y se irá como yo, para que nunca este lugar deje mi memoria, para recordarlo como mi taller, el que me ensambló y ahora me envía al mundo real , el de ahí fuera.
Si notas una ligera presión al atravesar la cristalera, debe de ser el recuerdo de tantos como yo, que se van, pero nunca dejan de estar, y permanecerán siempre en el lugar que les acompañó durante toda una vida.
No cierres al salir, porque Pepe se sabe de memoria cada llave de cada puerta. Y despídete de él al irte, porque siempre tuve la sensación de que es algo más que el guardián de la escuela, y además, seguro que le gusta.
Te vas, y es inevitable, pero en tu fondo, en mi fondo, sabemos que volveremos.
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