sábado, 6 de septiembre de 2025

Escribo.

Escribe y sigue escribiendo, sin más, eso es lo que en mi mente hoy me dice tu boca. Quizás tenga miles de preguntas para esta realidad desconcertante, quizá no entienda casi nada o puede que lo que entienda no lo esté entendiendo como habría de hacerlo.
Cuando digo que no sé por qué se nace, que no sé por qué se muere, que no sé por qué se existe y que no sé como saber que sería de las cosas si las cosas no existiesen, tú le restas importancia a mis preguntas y me dices en silencio que no cese de escribir y que no piense tanto.

Entonces cae la noche y me concentro, escribo algo que sé que te gustará, y me duermo bajo el recuerdo de un murmullo delicado. Luego me levanto y el tiempo me deja regresar a las dudas de mi mente reflexivamente enfermiza, dudas sin lugar, sin lugar a dudas, pero al fin y al cabo dudo. ¿Por qué dudo? Sin duda, la vida es más fácil cuando se vive sin preguntas, pero no son las preguntas las que hacen complicada la existencia, sino la falta de respuestas, aún sabiendo que las respuestas no son más que la raíz de nuevas preguntas, ya que es posible que las respuestas no existan, ya que es posible que la verdad y la mentira ya sean tan sólo un juego interpretativo, uno de esos malabarismos que entretienen al cerebro humano en un bucle reflexivo en plena era de la posverdad.

Reformulo algo que leí hace años de Paradoxus Luporum y que se me quedó grabado. Lo que me distrae termina poseyéndome, me retiene en su juego, y lo que no me distrae también me encierra porque me deja a solas con mis pensamientos. Tal vez la libertad consista en aceptar que estamos sujetos a la vida, o quizá en reconocer que incluso la muerte forma parte de esa condición. Puede que vivir sea en si mismo una atadura, y que el simple hecho de sospechar que la libertad es una cadena nos convierta en prisioneros de esa idea. Al final, “libertad” y “esclavitud” no son más que etiquetas: ni somos enteramente libres ni enteramente esclavos, simplemente existimos, y en lo que pensamos, terminamos siendo. Si el sentimiento de ser libre depende de cómo interpretamos nuestras experiencias, entonces cada cual puede afirmar su libertad según la sienta, aunque eso no signifique que exista un significado absoluto que se nos imponga a todos.
 
Y cuando termino de definir estas reflexiones en mi mente me dices que las escriba. Sonríes, eso sí, pero me invitas a callarme y deseas que las escriba. Pero... ¿Para qué sirve escribir? ¿Qué es realmente escribir? Finalmente, ante los ojos del mar no somos nada, y las letras nada más que son dibujos, garabatos, siluetas que dejan en la arena los cangrejos ermitaños. Luego todo desaparece, al agua le da igual lo que sientes porque no puede leerlo, sólo es un papel arrugado. El ser humano desaparecerá, el planeta Tierra se volverá frío e inhabitable, el sol explotará y todos esos libros encerrados en bibliotecas y todos esos servidores que alimentan la red, quedarán sepultados por cientos de capas de sedimentos. Las palabras tendrán el mismo sentido que las figuras espontáneas que creemos observar en las nubes cuando se expanden. Todo aquello en lo que el ser humano cree y a lo que le da una importancia inconmensurable, morirá, perderá el sentido o, depende desde que ángulo se mire, ni siquiera perderá el sentido, simplemente no habrá consciencia humana alguna para darle un sentido que en su esencia jamás ha tenido. Porque al universo le somos insignificantes aunque para nuestro pequeño universo humano seamos significantes.

Pero escribo, y envejezco como todos con el paso del tiempo, y termino este texto, que quizá se quedará ahí tirado, efímero como yo, sobre el escritorio en papel o abandonado en algún rincón de la web, donde de vez en cuando alguien lo lee y quizá hasta lo copia y lo pega. Y ya no se sabe quién lo escribió y quién lo sabe no sabe quién soy porque en el infinito del tiempo yo ya estoy muerto. Muerto como la vida misma dentro de los márgenes del capital, muerto como todas las cosas que viven y creen que están vivas, muerto como ese lapso de tiempo en el que nos regodeamos e inventamos nuestra propia ética bajo la llave de la cultura y demás absurdas banalidades importantísimas de la sociedad.

Pero ella sonríe, me abraza, me besa, porque sabe que estamos vivos, que juntos nos sentimos vivos. Su mirada me incita a callarme y mis manos escriben en su piel. La mente se me duerme entre sabanas mentales de suave seda, y respiro profundamente, y regalo mi tiempo a este texto bajo mi pícaro genio, porque al final sé que el tiempo y las ideas, al igual que tú, no tienen dueño.

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