La colisión de un electrón contra mi sien.
Saltar al vacío desde 8.848 metros de altura sobre el nivel del mar y componer en la caída una hermosa sinfonía que nadie escuchará jamás.
Una lobotomía para pensar menos, para sentir menos. Una anencefalia voluntaria.
Dos haces de luz que convergen en mi retina y dibujan formas que me hacen soñar...
¿Aún puedo soñar?
Tres recuerdos que clampan mis arterias y succionan mis pulmones. Nunca puedo respirar.
Cuatro veces que dije que no lo intentaría nunca más. Y lo volví a intentar.
Mil posibles caminos divergentes a mis pies. ¿Por qué no escogí el de baldosas amarillas? Nunca llegaré a Oz.
Incontables autoflagelaciones que fluyen sinérgicas por venas en las que ya no hay sangre. Volver al mar. Fundirse con el mar como una lágrima.
Una vela que se apaga. Un amanecer sin luz.
Una historia en la que, al fin, todo salga bien. Aunque nadie sepa cómo, aunque sea un misterio.