Algo que se ha mantenido durante todos estos años de ir y venir y de cambios en mi punto de vista ha sido precisamente la sensación de golpear mi cabeza contra un muro de ladrillos (o de hormigón armado en el peor de los casos). A veces contra muros fuera de mí y otras veces contra muros dentro de mí. Últimamente me duelen menos estos golpes contra muros interiores por haber asumido que van a estar ahí un buen rato, si no para siempre. Encontrarte con otras personas, en el 99% de los casos hombres, que no entienden en absoluto la problemática de género tal y como yo la veo, que no son (somos) capaces de reaccionar ante ningún tipo de agresión o comportamiento violento derivado de nuestros privilegios, que no comprende el hecho de que efectivamente por haber sido educados hombres tenemos privilegios... me hace sentir golpeandome contra el muro. Siento que nos volvemos locos intentando justificar cosas que no son justificables si las aplicamos a otras cuestiones. Nadie habla con tanta ambigüedad de anticapitalismo o especulación como se habla de antisexismo en la mayoría de los círculos en los que me muevo. Siento que a pesar de décadas de feminismo todavía no hemos asimilado apenas nada de la profundidad de su discurso. Aún nos tomamos el feminismo como algo de lo que nos debemos defender, y no como lo que es, un discurso liberador.
Es una manera simple y tonta de explicar algo que en realidad sé que es muy complicado... Pero en fin, que la triste realidad es que aunque discursivamente podamos decir "ya no somos hombres" y quedarnos tan anchos, en la realidad empezamos a golpearnos, a golpearnos esta vez contra nuestros muros adentro, que sólo veremos si miramos bien, pero que están, vaya que si están, y no se van a derribar solos.
Me cuesta a veces creerme todo lo que queda de hombre en mí. Es siempre mucho más de lo que me esperaba. Y no pretendo caer en la paranoia y la flagelación cristiana con este tema. Es sólo que bueno, exceso de confianza en uno mismo (muy masculino por cierto), siempre acabo pensando que ya está, que ya lo he hecho, que he cambiado. Como si estuviera engañando a mi psicólogo o alguna mierda así. Y vaya, día tras día, las situaciones, los sentimientos, personas cercanas, la gente alrededor... me van enseñando cuántas veces más la puedo cagar aún. Cuantas veces más puedo mirarme y ver cosas que no me gustan. Y no me torturo por esto, al contrario, saber que te quedan cosas por hacer, por cambiar, significa para mí saber que sigues vivo, que la sangre corre y el Sol está ahí cuando te levantes para ayudarte a entender nuevas cosas a las que a lo mejor antes ni siquiera habías mirado. Esto es vivir para mí.